LA BIEN PAGÁ de MÓNICA MARTÍN

miércoles, 28 de marzo de 2012

Ayer leí un escrito, un historia sobre las consecuencias que puede tener el mantener una relación a base de celos injustificados, de intentar controlar aquello que más queremos a base de sometiemiento, maltrato físico o sicológico o ambos, con arrepentimientos que de nada sirven cuando una y otra vez volvemos a caer en lo mismo y todo por nuestras inseguridades o baja autoestima.

Este relato es contado por Mónica Martín en su columna Tomates Verdes Crudos de la página UniversoGay.Yo lo he leído y aunque el final es amargo al mismo tiempo es una triste realidad y que tal como acaban otras historias ésta después de todo debería ser el mejor final (es decir, parar los pies aquellos que nos hacen daño y lanzarse a una nueva etapas, sin miedos, porque el miedo reina precisamene en aquello que tanto daño nos puede causar) para acabar con relaciones tan dañinas como ésta. Espero que os guste.


Te digo que me marcho. No me toques. Voy cogiendo las pocas cosas que acumulé durante estos seis meses. No me toques. Te digo que no me cojas, que no intentes impedírmelo, que no quiero saber nada más de ti. Te aparto con un gesto brusco, con la amenaza velada de que esta vez si me tocas, voy a defenderme.

Puede que no tenga ni un céntimo con el que subsistir pero, te garantizo que si vuelves a ponerme una mano encima te vas a arrepentir.

Te digo que me sueltes. Me aprietas más fuerte. Me siento en tu cocina de 40 metros cuadrados, en la isla en la que hicimos el amor la primera noche. Tú, de frente a mi. Yo, de frente a ti. Nosotras, de frente a ese espacio abierto que ha resultado ser, hace menos dos minutos, un campo de batalla. Miro mi móvil. Está hecho pedazos. Al tirarlo contra la pared lo has hecho pedazos. En el fondo siento miedo, por eso pongo esta mesa de tres mil euros entre nosotras. Roja, como todo lo que hemos tenido hasta el momento. Roja, como la sangre que brota ahora de mi labio. Roja, como la rabia que siento cuando lo que más quiero me rompe en dos. Quiero llorar pero, me muerdo las ganas. En el fondo quiero quedarme, perdonarte, hacer el amor contigo como animales salvajes pero, sé que si me quedo, si vuelvo a quedarme una vez más, volverás a hacerlo.

Ya sabes el qué.

Pedirme, exigirme, controlarme, atarme, golpearme, desnudarme. Hacer el amor contigo es como ir a una trinchera, sabes que más tarde o más temprano llegará el momento en el que alguien te meta un tiro entre ceja y ceja.

Nos miramos con los ojos apagados y tristes, rabiosos, antes de simular lo que debería ser una despedida. En tu mirada habita un intenso presagio de derrota. Me susurras con los labios temblorosos:
Por favor, quédate. Se quiebran las distancias, en el inevitable sol de la mañana la duda se abre paso a bofetadas en mi cabeza. Tus palabras resuenan en el eco vacío de mi necesidad de quererte. Mi necesidad de adorarte. Mi necedad al creer que algún día sólo querrás acariciarme, nada más. Me miras, no sonríes, sólo me miras como si en realidad no hubieras cometido ninguna falta. Me pides perdón con los ojos sin emitir una sola disculpa.

Es imposible, te lo digo de verdad. Lo nuestro cariño, ya es imposible. No quiero saber que es lo próximo que tienes guardado para mí. He sido paciente, muy paciente. He hecho justo lo que me has pedido. No contarle a nadie lo nuestro. Todo lo nuestro. Ahora estoy enfadada y triste. Miro mis brazos. Moratones visibles en la sombra de mis brazos y este maldito sol que no cesa a través de tus persianas, porque si hay algo que me quedó claro por encima de todo desde que te conocí, es que esta casa siempre será tuya. Que estoy aquí de prestado, vale. Que no tengo ni donde dejar mi ropa interior, vale. Que es tu espacio, tu tiempo, el lugar en el que deberíamos habernos encontrado, vale. Tus reglas del juego, tu puto tablero. Vale. Que no quieres que deje mi cepillo de dientes en tu baño, vale, pero, por favor, déjame respirar, me estoy ahogando en este fino y raro papel de ama de casa que me has otorgado. ¿Quieres que me quede contigo, que me ponga ese velo negro por el cuerpo, que sea tu amante, tu mujer, tu fiel y leal esposa?. VALE.

Decías que no querías que nuestra relación se viese afectada por tu dinero pero jamás dejaste de hablar de él. Al final he descubierto que estás tan enamorada de todo lo que te rodea, de todas estas cosas caras de las que te rodeas que podrías mojar las bragas solo con recordarlas. Seguro que en la oficina no piensas en mí, piensas en tus cuadros y tus sábanas de cuatrocientos hilos. Piensas en los cuatrocientos metros cuadrados de tu casa en los que yo no tengo cabida. Piensas en lo preciados que son los tesoros que acumulas y crees que quiero arrebatártelos. Yo tenía para ti algo que no puedes comprar, tenía este sentimiento dulce y cálido que me producían tus abrazos. Tenía algo que se parecía al amor. Tenía todo un mundo afectivo que ofrecerte. Tenía orejas y oídos para digerir cualquier cosa que quisieras compartir conmigo.

Sabes que es cierto. Lo sabes, no niegues con la cabeza. Lo sabes.

Te interrogo con las pestañas. Está claro, cristalino, quieres que olvide de nuevo, que obvie lo que inevitablemente ha sido la gota que ha colmado mi vaso. No te aguanto ni un segundo más. Ni a ti, ni a tus celos, ni a tus ataques de ira. Veo asomar lágrimas en tus ojos, o eso me hubiera gustado creer, así habría culpa que frenara el abandono. Nunca supe qué decir ante el dolor ajeno, tal vez la adormidera barata de la vida ayudase, haciendo de la nuestra una vía estrecha de comunicación. Voy a beber, voy a volver a beber aunque sean las ocho de la mañana. Aunque el Vodka se mezcle con la sangre caliente de mi labio. Voy a hacerlo para no tener que sufrir ni un segundo más tus ojos de cordero degollado.

Es que me insulta, tu lastimera y sádica, presencia me insulta.

Voy al salón y cojo la botella. Voy pisando el dantesco espectáculo de cosas, todas tuyas, que han salido volando tras tu último ataque de celos. Recojo mi taza, la que has tirado a la moqueta tras la explosión de ira. Mezclo Vodka caliente con pelusas, con suciedad, con la ira contenida de la rabia de tu infancia. Con tus maltratos, tus abusos, tu permanente y continuo cabreo con el mundo. Lo mezclo con una historia que no conozco, que no me has contado pero, que sé que te hace daño. Sé que nos hace daño. Ya no me vale como excusa que me guardes un secreto que ha roto mi vida por la mitad. Ya no quiero saber qué es lo que te ha hecho tanto daño, sólo, tan sólo, quiero sentarme frente a ti con esta taza llena de Vodka caliente y el dolor de tu infancia y beberme despacio esa rabia, esa puta rabia que ha acabado con cualquier sentimiento parecido al amor que yo tuviese hacia ti. Porque si hay una cosa que tenía meridianamente clara, Clara, es que yo me estaba enamorando de ti. Como una colegiala que está a punto de levantarse la minifalda hasta la cintura y dejar que la penetres por detrás, hasta ese punto de sumisión estaba enamorada. No te hacía falta controlarme e intentar meterme en una cápsula, Clara. Yo, de verdad, me estaba enamorando de ti. Ahora no, ahora ya solo quiero que me veas bien la cara, que veas como resbala la sangre por mi labio. La sangre que tú has hecho brotar. Solo quiero que mires mis brazos llenos de moratones en diferentes tonalidades que responden a los distintos días en los que has ido agarrándome como si fuera de tu propiedad para interrogarme.

Ahora solo quiero que veas como no te aparto la mirada mientras me termino lo último que tú vas a pagarme en tu vida. Esta taza llena de Vodka y pelitos de la alfombra y dolores de tu infancia.

Solo quiero que gimas, que te duelas, que te rompas delante mío mientras sangro las gotas del último bofetón que vas a darme en tu vida. Piensa que cuando termine esta taza de alcohol puro saldré, con mi cepillo de dientes de marca blanca, por esa puerta y no volverás a verme nunca más en tu vida.

Piensa que esta es la última imagen que vas a tener de mí, de mis ojos que eran tuyos, de mis manos que eran tuyas, de mis labios que eran tuyos, de todo mi ser que era tuyo hasta que decidiste lo contrario.

6 comentarios:

leonardo asimov dijo...

Es un relato duro, áspero y difícil de tragar como ese vodka picho, pero, tan bien escrito que te vas de punta a punta sin cansancio ni aburrimiento.
Las relaciones oscuras son tema infinito porque todos nosotros las hemos vivido o conocemos a alguien que lo ha hecho. POrqué toleramos el abuso, o , nos regodeamos en el?
Una parte de nosotros anhela la transgresión absoluta, la entrega irracional a un o una tirana? Tolerar la oscuridad del otro se hace de manera progresiva y, tal vez, comienza en el acto sexual y se expande a todas las esferas de la relación.Tenemos un componente sado-masoquista en nosotros? ...quizás...¿Quén sabe?
Para algunas personas es deleitable ser sumisas y dejarse manipular. Hay un componente erótico en todo ello, pero, cada uno tiene sus límites para la degradación.
Adorar el cuerpo de nuestro amante suele formar parte de ello. Algun@s frígi@s sienten asco por algo del cuerpo del otro y su educastración no les permite el verdadero y lujurioso goce del sexo. L@s mejores amantes son por lo general desprejuiciados y dispuestos a todo. Después de que hemos mostrado nuestra faceta más escondida al otr@ solo queda un camino: seguir explorandonos.
Si ello se hace con generosidad y amor puede resultar hermoso, pero, en esa exploraciones mostramos fortalezas y debilidades. Depende de cada cual saber equilibrar ese nuevo conocer para no caer en la vulgar manipulación desde el egoísmo triste de los celos, la posesividad y la brutal agresión a la intimidad ajena. Nuestra psique es un universo complejo...y al atrevernos a explorar esos caminos corremos riesgos muy altos y podemos pagar muy caro nuestra audacia.

Unknown dijo...

Me ha parecido buenísimo, de verdad. Creo que esta escrito con todo el sentimiento.

pixel dijo...

Leonardo, como siempre tus palabras me hacen reflexionar. Lo de si tenemos un lado sodo masoquista es algo que sí que he pensado pues al menos yo creo que si no todos, algunas persona sí que tienen ese punto.

Y en cuanto a ser desprejuiciados y conocernos y dar a conocer a la otra persona otras cualidades que pueden ser incluso desconocidas para nosotros tiene bastante sentido, otra cosa, como tú bien dices es que nos desprendamos de los prejuicios.

Finalmente lo de compartir manteniendo el equilibrio para que el otro/a no acabe aprovechándose eso lo veo difícil. Yo creo que al final la otra persona o nosotros mismos nos mostraríamos egoístas pues cuando se nos da la oportunidad de aprovecharnos de algo no la desaprovechamos.

Un abrazo

pixel dijo...

María, el relato es francamente bueno y por eso me parecía que lo suyo era compartirlo.

Lilit dijo...

Me parece un relato excelente, y aunque es áspero de tragar, trata los malos tratos intragénero. Unos malos tratos que a ojos de la ley no existen y no pueden ser penados. Pero sobre todo, el punto y final que pone ella a esa relación enfermiza.

pixel dijo...

Sí, para mi el final es lo mejor pues en situaciones de esas poner punto y final no debe ser nada fácil pero al leerlo te da cómo fuerza y te das cuenta que si tú no te salvas, nadie lo va a hacer por ti.

Un saludo