Desde el otoño del 96 (XXV)

jueves, 12 de noviembre de 2009

Aquella noche empleé la misma táctica que ella empleara en su día, cuando me besó por primera vez. Esperé a que durmiese, y cuando tuve la seguridad de que lo hacía, la besé, metiéndome en su cama. Ni tan siquiera lo notó. Quiero pensar que estaba rendida, que no era un rechazo, pero es algo que nunca le he preguntado. Me decepcionó. Tengo que reconocer que fui muy impaciente, pero más aún habiéndole hecho tanto daño.

Me quedé allí, a su lado, con su suavidad, con su perfume. Con su acompasada respiración. Y me sentí en aquellos momentos como si no fuese digna de alguien tan especial. Había sido una estúpida. Dios... ¡ella dejó a su antiguo amor por mí! Era una luchadora nata. Le venía de siempre. Esa rebeldía suya, ese desafío a todo lo que se le ponía por delante. Su locura. Su alegría, su infinito optimismo. ¿Dónde los había dejado? Con mi huida, me los había llevado a rastras. Toda ella. Toda su belleza y todo su mundo interior. Si yo había conseguido debilitarla hasta tal punto... me amaba, realmente me amaba con delirio. Me brindaba su compañía. Me había dado y me daría más de lo que cualquier persona sería capaz de dar. Y yo lo rechazaba. Realmente no era digna de volver a tomarlo después de lo que le había hecho. Pero la quería. Lo intentaría al menos. Intentaría borrar el pasado. Si ambas nos amábamos, seríamos dichosas unidas. ¿Por qué no intentarlo, pues?



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