UN CHUPITO DEL AMOR de MÓNICA MARTÍN

miércoles, 15 de febrero de 2012

Os dejo este relato escrito por Mónica Martín publicado en la web de universoGay. Espero que os guste.



Me acuerdo de la primera vez que vi a mi mujer. Le miré el culo. Después se giró y pude ver sus ojos. Unos ojos de color marrón muy oscuro que parecían negros por la iluminación de una tarde larga de verano. Casi no fijaba la mirada en mí, cuando encontrábamos nuestros ojos deslizaba las pupilas hacia abajo. Yo quería que me mirara a los ojos. Ella bajaba continuamente la mirada. Llevaba días, semanas, meses, calentando el primer encuentro. Había un componente de fantasía enorme que generó una expectación en mí que se veía continuamente frustrado por la sensación de que, en el fondo, pesé a que por correo electrónico parecía lo contrario, no terminaba de despertar esa atracción animal que yo esperaba entre las dos. Me pasé toda la noche apoyada en la barra de una discoteca hablando con una amiga que era camarera y viendo como bailaba con todo el mundo menos conmigo. Entonces ella, mi amiga, tuvo una gran idea: Vamos a darle el chupito del amor.

El chupito del amor no es una poción mágica, ni un sortilegio, ni un conjuro, ni un amarre. Es sencillamente una confrontación de la realidad. Un espejo que puso delante de sus ojos para colocarla frente a mí, y conseguir que finalmente se centrara en el objetivo de esa noche, que debía ser yo, y todas las expectativas y esperanzas que había estado coleccionando durante las tensas semanas en las que nuestra vía de comunicación era el correo electrónico. Mi amiga, Cris, era una cachonda. Una perro flauta, más hetero que los príncipes azules de Disney. Estaba como una cabra. Tenía la mala costumbre de fumarse hasta el césped del parque pero, había veces, había algunas veces que decía o hacía cosas que te hacían plantearte si verdaderamente no estabas delante de un genio. Cogió un par de botellas, llamó a su compañera de barra que estaba más buena que el pan con chorizo, lleno dos vasos de chupito y en un bar que estaba totalmente fuera de contexto en aquella situación, en el que solo había
machos ibéricos que nos rodeaban y querían aparearse con la fauna y flora autóctona, la enganchó por la cintura y le dio un beso de tornillo. Por un momento sentí que el tiempo se detenía. No podía tragar saliva. Ni casi respirar. Luego puso dos vasos limpios en la barra, los llenó hasta arriba, y nos dijo: Os toca.

Nunca he sido de llevar la iniciativa, por hache o por be me ha tocado casi siempre pero, es algo que odio. La mayoría de la gente que conozco tiene una imagen de mí bastante alejada de la realidad. No soy esa seductora que parezco, no quiero serlo, en parte porque me da una pereza tremenda calentar una situación de seducción unilateral y en parte, porque tengo un miedo espantoso al rechazo. No obstante, no me quedó otra; dado que Rachel no quería mirarme a los ojos y que yo no podía dejar de buscar los suyos porque me parecían preciosos; que dar un paso hacia delante y darle un casto pero, caliente beso en los labios. No demasiado atrevido pero, tampoco demasiado frío. Sembrando un acercamiento o intento de copula, o de romance, o de sexo, o de intercambio de orgasmos mutuos o de lo que fuera. Ya no sé si quería que eso en realidad sucediera así o lo que verdaderamente me hubiera gustado es que hubiéramos ido al cine, nos hubiéramos cogido de la mano entre las sombras de una súper producción americana y tras cruzar furtivamente las miradas, en medio de una sala tranquila, sin ruido, con millones de glotones que van a sentarse en las salas multicines sin otro objetivo que ingerir 3000 calorías por sesión, nos hubiéramos dado un beso lento, tranquilo, con nuestras lenguas buscándose y atrapándose despacio, en la quietud y la tranquilidad de un lugar oscuro e íntimo en el que probablemente nadie nos iba a reprobar nada. He de reconocer que la culpa de lo que pasó aquella noche fue mía y tal vez, por eso, ahora intente compensar esa falta total y absoluta de elegancia queriendo ser la mujer más romántica del mundo, a la que el sexo, la furia sexual más bien, no parece importarle. Yo construí ese plan, llevarla a cenar, a tomar unas copas, con el objetivo de seducirla; aunque fuera unilateralmente con esos ojazos me daba lo mismo; quería relajar esa tensión, esa timidez, esas ganas de besarme que ardían en el fondo de sus pupilas y que la delataban cada vez que, estrellaba contra el asfalto caliente su timidez, su vergüenza y puede que también su culpa
.

Yo construí ese plan, y justo antes de la poción mágica me parecía el mejor plan del mundo. Cenar, tomar una copas y después lo lógico era que cayese entre mis brazos, que tuviésemos un encuentro sexual espectacular, emotivo, apasionado, tierno. No podía ser de otra manera, no quería que fuese de otra manera. No estaba preparada para lo que vino después.

¿Sabes cuál es esa sensación en la que te asomas a un puente, ves pasar un arroyuelo debajo y crees que no será lo bastante profundo, si te caes, como para rebotar todo tu peso hacia arriba y permitir que respires pero, aún así, te tiras conteniendo la respiración esperando que suceda el milagro por el qué consigas flotar en una corriente de agua que no alcanza los veinte centímetros de profundidad?. Pues esa sensación fue la que tuve yo, cuando al cruzar la puerta de casa de su mano, nos dimos el primer beso. La de que estaba cayendo puente abajo, sin arnés, ni medidas de seguridad, ni seducción previa, ni ganas de intentarlo, ni pupilas que nos mirasen. Sin chupitos del amor, ni de sexo, ni de nada. Sin profilácticos emocionales, ni salas de cine, ni niños que lloran o móviles que suenan en la oscuridad de una sala de cine de medio pelo. Sin canciones lentas en una sala atestada de borrachos, ni penes semierectos que esperan de ti más de lo que tú misma puedes ofrecer. Sin nada más que dos bocas, dos lenguas, las manos entrelazándose en unos cuerpos que son desconocidos pero, que están calentando rápidamente para un deporte que no conocen, tienen la esperanza de conocerse rápido para darse todo el placer que se merecen. Sin calma, sin pausa, sin consuelo, sin ansiolíticos, sin botellas de oxigeno ni derivados de los opiáceos, sin represión mundana pero, sobre todo sin ese vacío que había guardado en soledad durante mucho tiempo y que ahora salía en estampida por todos los poros de mi piel.

Definitivamente yo no estaba preparada para todo lo que vino después. Ya sabes, de beberme el chupito de un solo trago. No estaba preparada para no poder dejar de pensar en ella. No poder quitarle las manos de encima, no querer ni intentarlo. Buscar sus ojos, sus pestañas, sus abrazos y esperar que sean estos gestos sencillos los que te saquen de un dolor antiguo. Verme desnuda, descubierta, expuesta frente a una mujer que se suponía que era la representación de la timidez en el mundo pero, que sin embargo, me había dado una lección de madurez y emotividad cada vez que hacíamos el amor en cualquier cama que nos prestasen o pudiésemos alquilar. Encontrarme, porque sí, con la imagen que me devolvía de mi misma. La de una niña que estaba demasiado enfadada con el mundo y en el fondo lo único que estaba buscando, pese al artificio con el que lo rodeaba todo, era un poco o un mucho de ese cariño que te falta en los momentos más fundamentales de tu vida.

Me acuerdo de la primera vez que vi a mi mujer y pensé que con aquella preciosidad podría, si ella quisiera, pasar el resto de mis días. Después me tragué aquella bebida maldita y tuve la certeza de que sería para siempre.

Fuente: UniversoGay

6 comentarios:

Sergio dijo...

Buen relato, con buena redacción y sobretodo muy ameno y realista, gracias por compartir.

Un abrazo

pixel dijo...

De nada, Sergio. Me alegra que te haya gustado. Es muy entrentenido y una buena historia que te engacha desde el principio.

Un abrazo

Unknown dijo...

Es muy bonito. Y tierno.

pixel dijo...

Sí, y emocionante.

Lilit dijo...

Precioso y tierno, me encanta ^^

pixel dijo...

Leer una buen relato de este tipo de vez en cuando se agradece. Bueno, para ser más exactos la buena literatura como vía de escape siempre se agradece.

Saludos