Desde el otoño del 96 (XX)

miércoles, 29 de julio de 2009

No puedo guardarle ningún rencor. Yo tampoco le fui fiel. Simplemente nos dimos cuenta de que no éramos el uno para el otro, tal vez demasiado tarde. Aunque, mirándolo desde el punto de vista en que muchos lo hacen una vez casados, puedo decir que me alegro de haberlo descubierto tan pronto. Si no, quizá siguiésemos ahora. Y lo que tengo ahora no lo cambiaría por nada del mundo. Esther es irremplazable. Me da la confianza de una persona de mi mismo sexo compaginándola con el AMOR, con mayúsculas. Todo esto bajo una hermosa presencia que haría las delicias de cualquier amante. Pero en aquel momento me dolió mucho, porque la verdad de la que había intentado huir me había sido desvelada repentinamente. Yo sólo llevaba una semana ocultándole mi romance. Él, tal vez mucho tiempo. La verdad es que nunca he querido saberlo. Pasé unos días en que nada me hacía ilusión, lloraba de vez en cuando, y no contestaba absolutamente a ninguna de sus llamadas. Pero no porque no lo desease, sino por orgullo.

Supongo que toda la rabia que sentí cuando los vi no tenía nada que ver con la infidelidad que él me profería sino con haber sido tan tonta como para jugar con los sentimientos de Esther por alguien que no había sido capaz de guardarme celibato diez o doce días. Pero en aquellos momentos estaba muy confusa y no supe a qué achacarlo. El caso es que vivía como un vegetal.

Ahora bien, esto me unió enormemente a Esther. ¡Qué paciencia tan sublime! Me dio un tiempo para asumir mi nueva situación, no me atosigó aunque desease mi atención y cariño, me consoló, me ayudó a superarlo. Escuchó mi llanto sin queja alguna, y cuando al fin olvidé todo lo ocurrido y lo consideré como una página antigua de mi diario, ella estuvo allí para mí. La verdad es que tener novia es mucho mejor que tener novio. Aunque aún me arrepiento de lo que le hice pasar.

Una mañana me desperté, la sonreí y la besé apasionadamente.

-Te quiero, eres maravillosa. Muchas gracias por soportar todo lo que he cargado sobre tus hombros.

-¡Santo Dios, vuelves a ser la misma de siempre! -me dijo abrazándome-. Yo también te quiero.

Aquélla vez ambas lloramos, pero de emoción.

Compra el libro completo y léelo del tirón en Lulu:



Support independent publishing: buy this book on Lulu.

4 comentarios:

Sergio dijo...

“Me da la confianza de una persona de mi mismo sexo compaginándola con el AMOR, con mayúsculas”

me agrado esa frase, muy elegante.

un abrazo

Unknown dijo...

Gracias ^_^

Irene Olmo dijo...

Precioso fragmento, gracias por compartirlo ;)

Unknown dijo...

De nada Irene, a partir de ahora estoy suscrita a tu blog!!